el vodevil
La insurreción de los objetos
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23 de octubre de 2011 El norte de Castilla.es Con tiento y con mimo se está invitando a los segovianos a disfrutar del teatro en La Cárcel, un centro cultural pequeño, con pretensiones innovadoras, excéntrico por su ubicación alejada del tradicional meollo cultural y con suficiente frescura para apostar por los márgenes. Poco a poco el público responde. Lo hizo este viernes en la primera cita del miniciclo Puro Teatro con la actuación de Pepe Viyuela, llenando el aforo del conciso auditorio. El actor riojano, curtido en mil batallas, necesita de vez en cuando reencontrase con las tablas y con el directo sin barreras, y a ellas acude cuando los programadores se dejan seducir por sus nuevas creaciones o, como esta vez, cuando se le invita a reponer su clásica 'Encerrona'. No le queda grande el calificativo ni al montaje ni a su creador. Que los espectadores esperen impacientes la irrupción de una silla o una escalera, y que cuando se produce su entrada responda con un colectivo gesto de aprobación significa que, efectivamente, la enredada relación de Viyuela con ambos objetos se ha adherido a las paredes de la memoria del público, o sea un clásico. Pepe Viyuela no sorprende pero convence. Hace lo que se espera, y llegado a este punto, lo hace tan bien que no cabe sino el aplauso. Y la carcajada, que sonó con frecuencia entre los adultos y los niños. Qué eficaz sigue siendo en este terreno la figura del patán entrañable. Mueve a la risa floja ver cómo el pobre holgazán es engullido por una silla de tijera, de la que se desprende con esfuerzo titánico, o cómo pierde de vista una de sus extremidades a cuenta de una manga juguetona. Quienes han caído en la tentación de montar un armario por sus propios medios, con las instrucciones desplegadas y los tornillos desparramados y numerados, no han de sentirse tan alejados de este torpe simpático, y tampoco es descabellado aventurar que en este montaje de Viyuela se produce una malévola insurrección de los objetos, que cobran vida para cuestionar la superioridad humana. Por qué no. Un espectáculo de esos que llaman blancos, que hacen pasar un buen rato, que dejan descansar la guardia, y que además resulta admirable por su rigor envuelto de aparente desorden y por el esfuerzo, físico e interpretativo, que requiere. Enlace al artículo
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